Lo que empezó con una inocente foto en clase acabó en una
pesadilla. Ella le pidió permiso para hacerle una foto en el cambio entre
clases y él dijo que si. Esa foto, editada y con una frase ofensiva, apareció a
los pocos días en los móviles de los alumnos de clase. En el móvil de casi
todos, porque a él no le llegó. A esa foto le sucedieron otras, robadas sin
permiso y editadas posteriormente con nuevas frases ofensivas.
Lo supo cuando uno de sus amigos le avisó de lo que estaba
pasando y, aunque le comentó las imágenes, no se las quiso enviar ni hablar con
los profesores por miedo a represalias por parte de la persona que hacía las
imágenes. “Dice mi madre que no te diga ni te enseñe nada más” dijo.
Finalmente lo comentó en casa y se informó al centro. Al día
siguiente, el equipo directivo intervino y se tomaron medidas para acabar con
la situación. Los padres de la niña se ofrecieron a mantener una reunión con
los padres del niño, que rechazaron tener una vez se les comunicó la sanción
disciplinaria que el centro aplicaría a su hija.
Esta vez el niño tuvo suerte, porque aunque algunas redes
fallaron, contó con la familia que rápidamente reaccionó avisando al centro y
contó sobretodo con un centro educativo dirigido por un equipo directivo y
profesionales muy concienciados y resolutivos, consiguiendo entre todos que el
problema acabara ahí. Aunque nunca supieron el porqué de esta agresión, al
final, tampoco les importó, no había excusa para actuar de forma tan cruel.
La situación de acoso en el aula es, por desgracia, una
realidad para muchos niños. A menudo es un acoso silencioso, imperceptible, que
se demuestra en pequeños gestos cotidianos. Otras veces se convierte en
agresiones y humillaciones públicas en diferentes zonas del centro escolar. En
el caso de los alumnos con diversidad funcional es aún más cruel, ya que no se
pueden defender y a menudo ni entienden lo que está pasando o cómo
solucionarlo.
Personalmente me plantea varias cuestiones. En primer lugar
respecto a las familias de los niños que acosan, ¿que tipo de niños estamos
educando? ¿Como pueden cerrar los ojos y hacer ver que no pasa nada? ¿Duermen
por las noches? No hacer nada ya es tomar una decisión, es dar un ejemplo de
conducta a nuestros hijos.
Por otro lado, ¿por qué los compañeros permiten estos abusos?
El silencio de los compañeros ante estas situaciones los hace cómplices del
abuso, los convierte en culpables. Si no educamos a nuestros alumnos a perder
el miedo, rechazar el acoso y denunciarlo públicamente no podremos
detenerlo.
En tercer lugar, las direcciones de los centros deberían
escuchar más a los padres y activar mecanismos para detener la situación. ¿Por
qué aún habiendo incluso denuncias siguen justificando lo injustificable? ¿Por
qué acaban siendo siempre los acosados quienes deben abandonar la escuela? Premiando
a los acosadores fomentan una errónea idea de justicia para los demás alumnos.
En el caso de los alumnos con diversidad funcional nos
encontramos con que, a menudo, resultan un blanco fácil de situaciones de
acoso. Son alumnos que no responden con la misma crueldad, que a menudo no
entienden la situación, ni la causa que la ha provocado y responden con el
silencio y la resignación.
Se necesitan respuestas, nuestros hijos las necesitan. De
nada sirve preocuparse, debemos ocuparnos, creando protocolos que ayuden a
detectar y detener estas situaciones, protegiendo a los alumnos con mayor
riesgo de acoso. Educar en la libertad y en el respeto, pero no a través de las
páginas de ningún manual sino en gestos cotidianos, porque la vida no se lee,
se vive.
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