26 de enero de 2016

La fotografía: retrato de un acoso.


Lo que empezó con una inocente foto en clase acabó en una pesadilla. Ella le pidió permiso para hacerle una foto en el cambio entre clases y él dijo que si. Esa foto, editada y con una frase ofensiva, apareció a los pocos días en los móviles de los alumnos de clase. En el móvil de casi todos, porque a él no le llegó. A esa foto le sucedieron otras, robadas sin permiso y editadas posteriormente con nuevas frases ofensivas.

Lo supo cuando uno de sus amigos le avisó de lo que estaba pasando y, aunque le comentó las imágenes, no se las quiso enviar ni hablar con los profesores por miedo a represalias por parte de la persona que hacía las imágenes. “Dice mi madre que no te diga ni te enseñe nada más” dijo.

Finalmente lo comentó en casa y se informó al centro. Al día siguiente, el equipo directivo intervino y se tomaron medidas para acabar con la situación. Los padres de la niña se ofrecieron a mantener una reunión con los padres del niño, que rechazaron tener una vez se les comunicó la sanción disciplinaria que el centro aplicaría a su hija.

Esta vez el niño tuvo suerte, porque aunque algunas redes fallaron, contó con la familia que rápidamente reaccionó avisando al centro y contó sobretodo con un centro educativo dirigido por un equipo directivo y profesionales muy concienciados y resolutivos, consiguiendo entre todos que el problema acabara ahí. Aunque nunca supieron el porqué de esta agresión, al final, tampoco les importó, no había excusa para actuar de forma tan cruel.

La situación de acoso en el aula es, por desgracia, una realidad para muchos niños. A menudo es un acoso silencioso, imperceptible, que se demuestra en pequeños gestos cotidianos. Otras veces se convierte en agresiones y humillaciones públicas en diferentes zonas del centro escolar. En el caso de los alumnos con diversidad funcional es aún más cruel, ya que no se pueden defender y a menudo ni entienden lo que está pasando o cómo solucionarlo.

Personalmente me plantea varias cuestiones. En primer lugar respecto a las familias de los niños que acosan, ¿que tipo de niños estamos educando? ¿Como pueden cerrar los ojos y hacer ver que no pasa nada? ¿Duermen por las noches? No hacer nada ya es tomar una decisión, es dar un ejemplo de conducta a nuestros hijos.

Por otro lado, ¿por qué los compañeros permiten estos abusos? El silencio de los compañeros ante estas situaciones los hace cómplices del abuso, los convierte en culpables. Si no educamos a nuestros alumnos a perder el miedo, rechazar el acoso y  denunciarlo públicamente no podremos detenerlo.

En tercer lugar, las direcciones de los centros deberían escuchar más a los padres y activar mecanismos para detener la situación. ¿Por qué aún habiendo incluso denuncias siguen justificando lo injustificable? ¿Por qué acaban siendo siempre los acosados quienes deben abandonar la escuela? Premiando a los acosadores fomentan una errónea idea de justicia para los demás alumnos.

En el caso de los alumnos con diversidad funcional nos encontramos con que, a menudo, resultan un blanco fácil de situaciones de acoso. Son alumnos que no responden con la misma crueldad, que a menudo no entienden la situación, ni la causa que la ha provocado y responden con el silencio y la resignación.

Se necesitan respuestas, nuestros hijos las necesitan. De nada sirve preocuparse, debemos ocuparnos, creando protocolos que ayuden a detectar y detener estas situaciones, protegiendo a los alumnos con mayor riesgo de acoso. Educar en la libertad y en el respeto, pero no a través de las páginas de ningún manual sino en gestos cotidianos, porque la vida no se lee, se vive.

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